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ME DECLARO FIRMEMENTE EN CONTRA DE LOS NERDOS

Confesiones del ex-rey de los nerdos

Escribo este artículo porque estoy cansado de lidiar con nerdos en mi día a día. Expongo, pues, mi respuesta a esta creciente corriente filosófica a la cual cada vez más personas se adhieren, a mi parecer, incorrectamente.

Fundamentalmente, el nerdo es alguien quien externaliza su identidad a fin de ser reconocido o visto. En algún punto de su vida, el nerdo notó que no es particularmente bueno siendo íntimo. Tal vez es particularmente penoso y callado, o tal vez se le dificulta reconocer sus emociones. Esto lo lleva a tener una personalidad subdesarrollada, a no conocerse a sí mismo, lo cual en sí lo lleva a ser algo solitario y recluido, incluso si en el fondo es en realidad una persona bastante agradable. Sin embargo, en lugar de buscar superar sus problemas de intimidad, en lugar de tratar ser normal y así tomar su lugar en la sociedad, el orgullo y el resentimiento llevan al nerdo a rechazar a las “sucias masas”. Desde ese punto en adelante, el nerdo sustituye desarrollar una verdadera personalidad por demostrar que es mejor que el resto de las personas a su alrededor.

Cuando el nerdo externaliza su personalidad de tal manera, inevitablemente termina por seleccionar un dominio que lo represente mejor, pues no puede demostrar ser mejor en todo momento y en todo dominio. En el peor de los casos el objeto de su dedicación es algo inconsecuente, como los videojuegos o las series japonesas, con lo cual termina por desperdiciar valioso tiempo de su vida, mientras que en el mejor de los casos —dentro de lo que cabe—, el objeto es algo productivo y beneficioso para sí mismo. “Yo soy un buen estudiante”, se dice el nerdo, y admirablemente se esfuerza por serlo, cosa que le trae provecho y reconocimiento. Pero ahora que su identidad depende de serlo, cada error, cada minúsculo detalle que pudiera sugierir que no lo es perfectamente, se vuelve el detonante de una profunda inseguridad y una pequeña crisis de identidad. La dedicación rápidamente se desborda hacia la obsesión y pedantería, cosa que lo vuelve insufrible para las personas a su alrededor.

La verdadera tragedia, sin embargo, es que tarde o temprano la ausencia de una verdadera personalidad alcanzará al nerdo. En realidad, el nerdo se ha vuelto prisionero de su propia prisión. Él no se conoce, y por ende no está capacitado para tomar las decisiones más importantes con respecto a su futuro. El nerdo no piensa según sus intereses, sino según los intereses de la persona que piensa que debería ser, los cuales pueden ser ampliamente diferentes y, en los peores casos, incluso contrarios. El peor de los nerdos sacrificará el futuro que realmente quiere —su carrera, su trabajo, incluso su pareja— por el que piensa que debería querer, todo para recibir elogios que mantienen un vago sentimiento de una intimidad que el verdadero nerdo nunca obtendrá.

El león del norte