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Racionalismo, razón y tradición

Imagen: Un póster a las afueras del Tecnológico de Monterrey promueve una reunión comunista, una de esas ideologías "racionales".

¿Cómo definirías tú la palabra ‘racional’? Más importante aún, ¿cómo distingues entre algo que es racional y algo que es irracional?

Si piensas en términos de la “sabiduría” moderna, terminarás estableciendo que aquello que es racional es aquello que se puede concluir a través de la lógica. Esta definición parece bastante benigna, pero al adherirse a su letra y no a su espíritu termina siendo, irónicamente, el fallo de lógica de muchos argumentos contemporáneos. En este artículo exploraré aquellos fallos que conciernen la gobernanza de una sociedad y por qué seguir la tradición es más racional que seguir la propia razón.

Los límites del racionalismo

Si quieres saber por qué nuestra sociedad funciona bajo un modelo arriba-abajo donde los académicos, burócratas, tecnócratas y en general los nerdos son quienes dictan cómo debemos pensar y cuáles deben ser nuestros valores —en lugar de las personas que tienen un trabajo de verdad—, es gracias a los principios del racionalismo. Colectivamente, y en términos epistemológicos, hemos decidido que la razón es una fuente de conocimiento superior al resto, por encima de la fe, la tradición y la experiencia sensorial, y hemos coronado a los “intelectuales” supremos portadores de esta. Dicho de una manera más técnica, aplicamos excesivamente la teoría de las formas de Platón al esperar que los “intelectuales” nos revelen la verdadera Forma de la sociedad y cómo volverla una realidad.

El problema con esta idea es que presupone que los humanos somos lo suficientemente inteligentes como para entender nuestro entorno y cómo debe funcionar, cuando en realidad nunca comprenderemos el mundo de manera integral. Por un lado, la realidad (y por extensión, la realidad social) es emergente, mucho más que la suma de sus partes, y simplemente demasiado grande y compleja, con demasiados mecanismos y variables operando e interactuando entre sí simultáneamente, y por el otro, nosotros evolucionamos principalmente para sobrevivir, no para comprender el mundo; sólo lo hacemos en la medida en que sea útil, por lo cual incluso (especialmente) los “intelectuales” fracasan al intentar generar teorías integrales de la sociedad y, en lugar de explicar, terminan por reducir la sociedad a algo que en realidad no es.

El rol de la tradición

Este último punto es crucial, pues mucho de lo que hoy hacemos para dirigir nuestra sociedad consiste en deshacer o “deconstruir” tradiciones, costumbres y heurísticas de pensamiento que se declaran “irracionales” simplemente porque no somos capaces de comprenderlas, pero el hecho de que no las comprendamos no significa que no sean esenciales para el correcto funcionamiento de nuestra sociedad.

Un excelente ejemplo de esto son las actitudes en torno al matrimonio. Hace un par de generaciones nadie hubiera disputado que el matrimonio constituye uno de los pilares de la civilización, pues evidentemente es una práctica que ha sobrevivido a través del tiempo precisamente porque ha traído estabilidad a la sociedad a través de las familias nucleares y extendidas. Hoy en día, sin embargo, no sólo hemos desprestigiado severamente la práctica, sino que se nos pide deconstruirla y estimar “familias alternativas” al mismo nivel que la familia tradicional, pues, en un sentido racionalista, en teoría no hay nada que un solo padre o una sola madre no pueda proveerle a sus hijos. Desafortunadamente, en la práctica, las estadísticas demuestran que la ausencia de uno de estos ejemplos a seguir es prácticamente lo peor que le puede pasar a un hijo.

Lo que los “expertos” no logran ver en casos como este es que aquello que es lógico es, en el mejor de los casos, tan complejo como permite la capacidad computacional de un solo cerebro humano, mientras que aquello que es tradicional, consuetudinario e incluso lo que es mitológico/religioso es supraracional; son algo así como grandes heurísticas de pensamiento que hemos desarrollado colectivamente a través del tiempo para intentar explicarnos individualmente las conclusiones a las que hemos llegado —colectivamente— dado que el entendimiento integral de la sociedad está fuera del alcance del individuo, pero menos de la colectividad. Pueden parecernos irracionales a un nivel individual, pero el punto no es que sean lógicas, sino que sean útiles.

El aspecto clave aquí es el tiempo, pues no sólo permite el desarrollo de prácticas, costumbres, tradiciones y religiones como conclusiones colectivas por la via positiva, sino que también lo hace por la via negativa. Las ideas no surten efecto inmediatamente. Generalmente se requiere de al menos varias décadas antes de que estos se vuelvan visibles. Una sociedad repleta de prácticas contraproducentes puede, entonces, subsistir, pero no por mucho tiempo, pues eventualmente las consecuencias de sus malas prácticas la alcanzarán —especialmente si se somete a choques y cambios en su composición, cosa que suele suceder con el tiempo. Esto implica que, a través de un proceso similar a la evolución, todas aquellas sociedades severamente fragilizadas por malas prácticas quedan filtradas, mientras que aquellas que mantienen prácticas lo suficientemente buenas sobreviven y se perpetúan. Es lo que algunos llamarían el efecto Lindy, aunque otros preferimos simplemente llamarlo divina providencia.

Entonces, no sólo mantiene la tradición una superioridad por ser epistemológicamente colectiva y no individualista (o, en la jerga académica, más peer-reviewed que lo peer-reviewed), sino que además ha sido probada y fortalecida (más precisamente, antifragilizada) gracias al efecto filtro del tiempo. Esto último no puede decirse de cualquier conclusión y/o práctica moderna que se alcance hoy, pues por más “racional” que aparente ser, está extremadamente limitada al contexto bajo en cual nace, por lo cual sus verdaderas consecuencias —y la fragilidad que introducen— no serán visibles sino hasta mucho tiempo después.

Verdadera razón

Considerando lo antes dicho y retomando, finalmente, la pregunta inicial de este ensayo, es evidente que no puede existir definición de la palabra “racional” que no considere la utilidad del objeto que estudia, cosa que sólo se puede hacer al fundarla en un contexto humano. Aunque algo puede aparentar ser irracional superficialmente, muchas veces en realidad forma parte de un proceso histórico íntimamente ligado al desarrollo de nuestras sociedades y del mismo ser humano, el cual excede nuestra capacidad individual para comprenderlo.

El león del norte